Ofrenda

Ofrenda
OCTUBRE 31, 2010.



Mañana pondremos una ofrenda en la escuela de mi hijo,
cada niño va a dedicar un espacio a un difunto.
Elegimos a nuestro tío Lee, quien falleció hace exactamente un año.
Estaría feliz de verse en un altar de muertos, amaba todas las costumbres y tradiciones mexicanas.
Ya tenemos su foto, las flores de rigor, veladoras, su calaverita y una pequeña colección de objetos que atesoraba. 


Lo que no encuentro es el espacio que dejó en nuestras vidas. Igual que los demás.
 



Desde hace algunos años han fallecido muchos de los hombres importantes en mi vida. Mis tíos principalmente. Y cada muerte me duele menos y me aleja más de mi familia, esperando que la próxima pase casi desapercibida. No completar los duelos, le llaman los que saben. Trataré de hacerlo con esta ofrenda de letras.

No se qué hacer cuando alguien muere. Sencillamente ya no está. Sólo queda hacerse a la idea de que hay un espacio vacío en el panorama de lo cotidiano, de lo amado, de lo que parecía inamovible. 

Primero murió mi tío Raúl. No se de qué, supongo que de viejito. Todo un personaje en la familia, con millones de historias alrededor suyo. Recuerdo que íbamos a verlo casi cada fin de semana. Me gustaba visitarlo. Me gustaba su casa, su colección de "Selecciones", libros (Picardía Mexicana) y revistas. Primero murió su esposa, hermana mayor de mi abuela; y de todos modos seguimos visitándolo, pero él ya no era el mismo. Tenía una tortuguita en su jardín.

Después, mi tío Pedro. Arquitecto, pintor, escultor, me convenció durante una buena parte de mi infancia y de mi adolescencia de que yo era una artista y lo creí hasta que un día decidí quemar todo lo que había hecho hasta entonces y ocuparme de otros asuntos. Me gustaba entrar a su estudio, ver sus libros (me autoheredé uno), dibujar en su caballete, usar el material de sus esculturas, y sobre todo, escucharlo hablar. Cuando falleció yo no estaba en la ciudad, tampoco fui a su funeral, jamás he ido a su tumba. Sólo ya no está y su casa, su esposa, el espacio que ocupaba, todo cambió. 

Casi simultáneamente, siguieron mi tío José y mi tío Arturo. 

Apenas unos días antes que mi tío José, mi tío Arturo murió de leucemia. Después de una larga lucha, donde jamás se dio por vencido. Pensábamos que ya estaba prácticamente recuperado, y supimos que había ido a un chequeo de rutina a Houston. Cuando me dijeron "se murió tu tío..." nunca pensé que sería él. Simplemente era una persona que no podía (no puede) estar muerta. Cuando fui a su misa, cuando vi la cajita de cenizas, me dije: "No está aquí". Claro que no estaba dentro de esa cajita. Sigo sin entender dónde está. No sé si alguna vez le dije lo que significaba para mí, el haber contado siempre con su apoyo, para todo; verlo siempre sonriente, optimista, con una broma y un abrazo para todos. Poco antes de que falleciera, mi abuela habló con él por teléfono, creo que mi mamá también. Yo no. Ya no pude hacerlo.

Al poco tiempo de Arturo, falleció mi tío José y ya no fue una sorpresa. Hermano de mi abuelita, "el profe", sabía mucho de todo y le gustaba demostrarlo. Muy racional, jugador incansable de ajedrez y scrabble, podíamos pasar horas en interminables peleas de palabras. Le gustaba inventar palabras, su historia y justificaciones filológicas, pero le descubría siempre la trampa y eso le hacía mucha gracia. Nos visitaba cada año. Una semana antes de que falleciera, sin planearlo, lo visité; tenía mucho tiempo de no verlo. Lo recordaba alto, fuerte, lleno de energía, con una voz y un ánimo inquebrantables. Lo encontré débil, ya casi sin aliento. Me reconoció y le dije que lo quería mucho. Ayudé a cambiarle sus sábanas. 

A partir de ahí me empecé a despegar más de las personas. Preferí no pensar en eso.

Después mi querida tía Delia enfermó de cáncer y al poco tiempo su esposo, mi tío Lee, también. Fue terrible, por la distancia (ellos viviendo en San Diego), el miedo, la incertidumbre; quería ir con ellos pero me había quedado sin trabajo y lo urgente era ocuparme de mi hijo y por supuesto de mi abuela, devastada por la noticia (mi tía Delia es su hija) y sin haberse recuperado aún de la pérdida de Arturo (su sobrino más querido, hijo de su hermana) y de José (su hermano). Creo que mi abuelita está hecha de un material indestructible, porque aun así tuvo el valor y energía de ir a apoyar a su hija y a su yerno por unos meses. Le pedí a una amiga que fuera a apoyarlos también. Sofi: muchas gracias. Les llevó su energía, su amor, el brillo y alegría que tanta falta les hacía, pues mis tíos estaban solos, luchando contra ellos mismos. Delia se recuperó pero Lee perdió la batalla. Nadie pensaba que eso pasaría. Una mañana, me llamó mi mamá para pedirle que le llamara a mi tío por teléfono, porque ya estaba muy mal, pero tenía una junta muy temprano y no pude marcarle. Falleció ese día. 

También ese año murió Canela, nuestra perra labrador. No me pude despedir de ella, ni acariciarla por última vez, ni sentarme a su lado como cuando regresábamos de caminar (me la regalaron cuando cumplí 15 años) viendo al horizonte y abrazarla mientras me lamía la oreja y ponía su patita en mi hombro. 

Intercaladas con esas muertes, están las de otros dos hombres que no eran familiares míos, pero que también fueron importantes. Los dos, mis jefes. Primero, Don Miguel. Gracias a él descubrí que tenía talento para ser copy, a su lado aprendí muchas cosas y en verdad le estoy muy agradecida por eso. También falleció de leucemia. El segundo y más reciente, Xavier. A él sí pude agradecerle; un mes antes de que falleciera cumplí un año de trabajar ahí, y le escribí a él y a su esposa una carta donde les agradecía la oportunidad y estabilidad alcanzadas. Se quedó pendiente una comida. 

Con esta última pérdida (completamente absurda e inesperada) reflexioné y evalué la dirección de mi vida. Él no pudo despedirse de sus pequeños hijos, de la edad del mío. El día de su funeral, en la mañana, mi hijo me pidió un abrazo y entendí que cada abrazo podía ser el último. Que una palabra de enojo, un insulto, un disgusto, un regaño, podrían ser la última cosa que le digamos a un ser amado. Y en vez de eso creo que es importante, mientras podemos, hacerles saber a quienes aún forman parte del panorama, lo importante que son para nosotros. Agradecer su presencia en nuestras vidas. Lo mucho que sirve tenerlos cerca. Por el tiempo que sea. 

Gracias por estar aquí.

LUISA CUÉLLAR

Comentarios

Entradas populares